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Etiopía
Por largo tiempo se ha llamado a Etiopía el imperio oculto. Sin embargo, aunque han terminado los siglos de aislamiento, muchas personas desconocen su fascinante historia, su diversidad de pueblos y culturas y su peculiar geografía. Con más de cincuenta millones de habitantes, casi tantos como Francia, es obvio que no merece ser pasada por alto.

Fueron los griegos, por lo visto, los que acuñaron el nombre “Etiopía”, que significa “Región de Caras Quemadas”. Su historia antigua se halla rodeada de un velo de misterios y leyendas. La tradición afirma que Etiopía formaba parte de la antigua Seba (más conocida como Saba), famosa en tiempos bíblicos, cuya reina visitó al rey Salomón. Muchos soberanos etíopes afirmaron ser del linaje de un tal Menelik, fruto, supuestamente, de los amores de Salomón y dicha reina.

Lo más probable, no obstante, es que Seba estuviera localizada en la parte sudoeste de Arabia. La Biblia hace mención de Etiopía tanto en la sección hebraica (“Antiguo Testamento”) como en la griega (“Nuevo Testamento”). El capítulo 8 de Hechos, por ejemplo, habla de un “eunuco” (funcionario gubernamental) etíope que se convirtió al cristianismo. La Etiopía de tiempos bíblicos, sin embargo, correspondería, en la división territorial vigente, a Sudán.

Para el tercer siglo de nuestra era había quedado establecido en Etiopía el reino de Aksum, que alcanzó su apogeo en el reinado de Azana (siglo IV). Cuando este monarca se convirtió al “cristianismo”, implantó su religión en todo el reino. Etiopía mantuvo relaciones con el mundo occidental hasta el siglo VII, cuando las cortó drásticamente. The Encyclopedia Americana comenta al respecto: “Desde entonces, Etiopía quedó aislada del mundo occidental durante casi un milenio a causa de la lucha para defenderse de los musulmanes, que la cercaban por el norte y el este, así como de los invasores paganos del sur”. Lo que contribuyó más a desligar Etiopía del resto de la cristiandad fueron las conquistas musulmanas de Egipto y Nubia.

A diferencia de otros países africanos, Etiopía nunca pasó por un prolongado dominio colonial europeo, pues solo estuvo bajo Italia durante un breve lapso a principios de siglo y entre 1935 y 1941. En 1974, un golpe militar acabó con el antiguo imperio. En 1991 se instauró un nuevo régimen que ha ido realizando diversas reformas aperturistas, lo que nos permite examinar con más detalle el otrora país oculto.

La gente y su cultura

No es tarea fácil generalizar sobre los etíopes, dada la gran diversidad existente. En el ardiente desierto de Danakil deambulan los nómadas afar. Al oeste viven los pueblos nilóticos de piel oscura. Al sur predominan los oromo. Los amhara residen en las altas tierras centrales, donde cultivan las cumbres montañosas azotadas por el viento. No sorprende, pues, que en Etiopía se hablen cerca de trescientos idiomas. Cada grupo étnico se distingue por sus propios peinados, indumentaria y edificaciones. La arquitectura abarca, entre otras edificaciones, los tuculs circulares hechos de bambú, en el sur; los hogares de adobe con techumbre vegetal, en el centro del país, y los edificios de piedra de varios pisos, en el norte.

Hay también una fascinante diversidad de nombres propios. Aunque para el extranjero sean meras etiquetas cargadas de exotismo, tienen significados bien conocidos en el país. Las muchachas pueden llamarse Fikre (Amor mío), Desta (Gozo), Senait (Bondad), Emnet (Fe), Ababa (Flor) o Trunesh (Eres Buena). Entre los nombres de varón figuran Berhanu (Luz), Wolde Mariam (Hijo de María), Gebre Yesus (Siervo de Jesús), Haile Sellassie (Potencia de la Trinidad) o Tekle Haimanot (Siembra de la Religión).

Muchos de estos nombres acusan la influencia de la Iglesia Ortodoxa. Es indudable que la religión conforma casi todos los aspectos de la cultura etíope. El calendario de trece meses está repleto de solemnidades, entre las que destacan la Meskel, o “Conmemoración de la Cruz”, y la Timkat, con sus coloridas procesiones que celebran el bautismo de Cristo. No es de extrañar que la artesanía etíope sea mayormente de carácter sacro.

Geografía

En un primer examen de Etiopía no debe pasarse por alto su llamativa geografía. Un accidente topográfico destacado es la gran hendidura o Valle del Rift, que baja hacia Kenia y divide en dos el país. A lo largo de sus bordes se hallan muchas fuentes termales y grutas. Bordean la gran fosa siete hermosos lagos. A ambos lados se elevan altiplanicies de 2.000 metros que culminan al norte en el macizo de Simién, denominado Techo de África, pues llega a superar los 4.600 metros de altitud. Las elevadas cumbres y los impresionantes barrancos de la zona son ciertamente espectaculares. No muy lejos de allí se halla el lago Tana y el nacimiento del Nilo Azul, que ha labrado impresionantes gargantas, serpenteando en dirección oeste, hacia Sudán. Cerca del lago Tana, el Nilo Azul nos brinda otro hermoso espectáculo: las cataratas Tisisat, que se precipitan como una versión a menor escala de las cataratas Victoria. Al noreste, las coloridas cuencas salinas decoran el Danakil, desierto que constituye el punto más bajo de África y se halla por debajo del nivel del mar.

Etiopía produce una asombrosa variedad de cosechas, entre ellas trigo, cebada, plátanos (bananas), maíz, algodón, uvas, naranjas y multitud de especias. Afirma ser también la cuna del cafeto, y hasta el día de hoy es una importante productora de café. También se cultiva un singular cereal: el tef, una gramínea, con cuyas semillas molidas se elabora el alimento principal y plato nacional de Etiopía: las tortas injera. Estas se cuecen en un horno especial y suelen presentarse en un canasto redondo y muy decorativo: el mesob, que en muchas casas se coloca sobre el piso y que además de su función utilitaria forma parte indispensable de la ornamentación.

Es cierto que el país dista de estar libre de problemas. Aunque la capital, Addis Abeba, acoge a más de un millón de habitantes, padece de escasez de viviendas y empleos. La sequía y la guerra civil han dejado como secuela personas sin hogar, mutilados y un gran número de viudas y huérfanos

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